Un cuarto de siglo tiene el MX-5 ya. Y lo celebra más en forma que nunca, presentando su cuarta generación. Su historia es peculiar: Hubo un tiempo en el que Reino Unido atinó con un nicho de mercado que los Estados Unidos se encargaron de demandar, el de los roadsters biplazas económicos de tracción trasera.
Pero el progresivo colapso de la industria del motor británica y la falta de tino de algunas decisiones concretas de varios fabricantes (Lotus lanzando un Elan M100 de tracción delantera) dieron la oportunidad a los nipones de Mazda para hacer suyo un concepto tan inglés como el té de media tarde.
Así, en Hiroshima idearon un roadster sencillo y puro, con techo manual, un motor de cuatro cilindros ligero y propulsión trasera. A esas características «tan de Triumph Spitfire» se le unieron cosas mucho menos británicas: Fiabilidad a prueba de bombas, recambio económico y músculo a la hora de venderlo. El resto es historia: En un mundo automovilístico sin rivales equivalentes, el MX-5, o Miata, como quieras llamarlo, se ha convertido en el roadster más vendido de la historia, y probablemente en la interpretación más pura del «coche para amantes de la conducción». Porque puede que no tuviera la agresividad estética de un GT86, o el nombre y potencia de un BMW Z4, pero cuando se trata de enlazar curvas sacando sonrisas, el Miata no ha tenido rival.
Y así es como llegamos a 2014. Con Mazda metida en pleno proceso de renovación de toda su gama de producto, para articularla sobre una única plataforma modular, el MX-5 ha recibido su cuarta generación con honores, ya que es el único coche de Hiroshima que sigue teniendo su propia estructura a medida.
Se reinventa en casi todo para esta cuarta entrega, con un único objetivo: Recuperar lo máximo posible los tradicionales valores del primer MX-5, con ligereza, sencillez y un concepto centrado en el placer de conducción.